miércoles, 12 de julio de 2017

Sermón Padre Gustavo del domingo 9 de Julio.

Sermón Padre Gustavo del domingo 9 de Julio


Mateo 11, 25-30 
Ir a Jesús... Ir como los Magos venidos de lejos, como las pastores sorprendidos por el ángel, como el ciego Bartimeo, como la mujer que tocó su manto, como la Virgen en Caná de Galilea, como Pedro en la tormenta, como la cansada samaritana, como el buscador Zaqueo, como Nicodemo en la noche estrellada, como todos los alimentados con panes y peces, como el buen ladrón en la hora de la cruz.
Ir a Jesús... Ir con nuestras dolencias, nuestros malestares, nuestras impotencias, nuestros duelos, nuestras sombras. Ir cansados o radiantes. Ir. Ir a Jesús. Con nuestras lastimaduras, pecados, temores de hundimiento, sismos espirituales, tormentas, y pasión.
Ir. Ir con fe. Ir como mendigos. Ir a los tumbos o con firmeza, pero ir hacia él. Hacia el divino Jesucristo, en quien reside lo pleno. Él, amándonos y llamándonos amigos, Él, que ha querido quedarse con nosotros hasta el fin del mundo, Él, el mismo ayer, hoy, y siempre, Él, el nacido en Belén de María siempre Virgen, Él, el rechazado en su Nazaret de crianza, Él que soportó las tentaciones del desierto, Él que se fatigó por los caminos del hombre y siento sed junto al pozo de Jacob, Él, que fue acusado de blasfemo y endemoniado, Él, el traicionado por un íntimo, Él, el Crucificado, muerto y sepultado, Él, vivo para siempre, Él, nos dice: "Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré..."
Un afligido sin camino persiste en su aflicción. Su aflicción lo asienta en la pena, en las coordenadas del desánimo, en las regiones de sombras, en los círculos de la desdicha. Y lo asienta sin mapa, sin víveres, sin pulso vital.
Un agobiado sin aliento reduce sus fuerzas para crear, para esperar, para convivir.
Aflicciones y agobios suceden. Son en el hombre. La criatura humana los padece. No pueden sorprendernos, ni debemos enojarnos si nos visitan. Pero quien anda en Cristo está invitado a moverse, a tomar distancia de ellos, a no cohabitar, a dar pasos de fe que iluminen, y alejen de sus influencias, de sus perniciosos y silentes soplos, de sus cercos, de sus rondas. Rondas que, a veces, huelen a azufre. A tentación del adversario.
Sí. Puede llegar la aflicción y el agobio, pero entonces hay que moverse hacia Cristo: "Vengan a mí, todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré".
Ese alivio que se respira como aire limpio después de haber sido rescatado de una fosa. Alivio del liberado de una pesada carga. Alivio del descanso después de la extenuación. Alivio de ese refugio tras una ruta de rayos y ventiscas. Alivio de una fuente de agua fresca tras cruzar un áspero desierto envuelto en sed. Alivio de incomprensiones. Alivio de temores. Alivio de heridas en el cuerpo o en el alma. Alivio de mordeduras. Alivio de soledades. Alivio por pérdidas. Alivio después de una grave desorientación.
"Yo los aliviaré..."
Jesús alivia con su Espíritu. Da su Espíritu a quien se lo pide. Y el Espíritu nos lleva a Jesús.
En Jesús están todos los tesoros de la gracia... Pero ir hacia él, acercarnos a él, no basta. Es necesario entrar en él. Porque uno puede hallarse rodeado de riquezas sin poder tocarlas, ni poseerlas. Sí. Ir hacia Jesús, pero no sólo aproximándonos, sino entrando en él.
Sí él es la Puerta, la fe abre. Entrar a participar de sus bienes. Disponer de ellos. Enriquecernos con la Vida de su Espíritu, gustar la gracia santificante, e iluminarnos en su Nombre, vigorizarnos en la esperanza de trascender, de ser en el último día uno de sus amigos en tránsito al Cielo. Ser de los marcados con su Espíritu, los renacidos, los que aceptaron vivir para servirlo, los que sabiéndose pecadores pelearon el buen combate, los fatigados, pero pobres de espíritu, los pequeños que rechazaron los engaños de Satán, para encontrar sus nombres escritos en el Cielo.
La mayor riqueza que quiere darnos Cristo es su Espíritu Santo, enviado desde el Padre tras su Ascensión. El otro Abogado. El del amor suavemente aliviador, y, a la vez, el de la edificante fortaleza. ¿No son sus operaciones, en el creyente, la modelación de Cristo en nosotros? ¿No cincela este Espíritu, enseñando mansedumbre y humildad, y animando a extremar la vida por Jesús?
Sí. Cristo nos alivia de nuestras sequías y tibiezas, enviando el Espíritu que fecundó a María, el mismo que acrecienta el bien sobrenatural en el camino de nuestra vida.
Y nos alivia de nuestras postraciones. Nos levanta por medio de la santificación. Nos alivia de nuestras arrogancias, promoviendo en nosotros la sencillez y el candor evangélicos. Y nos alivia de la fatiga de nuestros pecados, perdonándonos y auxiliándonos.
A veces, nos alivia comunicándonos un resto de nube del Tabor. Un refrigerio de todo mal. O la magna fuerza de un milagro.
¿Jesucristo, acaso, no se aplicó a Sí mismo el pasaje del profeta Isaías?: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la  unción. Él me envió a llevar la Buena Nueva a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos, y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos, y proclamar un año de gracia del Señor".
Pero no hay alivio en un cielo de crepúsculos cerrados... ¿Qué alivio podría haber en una cultura que huye de Jesús? Que menosprecia su doctrina. Que se puede jactar, en cierto sentido, de encarnar a aquel personaje de Dostoievski en "Los hermanos Karamazov", Fiodor, que envejeciendo le decía a su hijo Aliosha: "en cuanto a tu paraíso, Alexiéi, has de saber que allí no quiero ir".
 "¡Oh Piloto divino, cuya mano me guía!, en la ribera eterna pronto te veré yo. Por el mar borrascoso gobierna en paz mi barca ¡nada más que por hoy!", canta en un poema Santa Teresita.
Ir hacia Jesús es ir hacia la sabiduría... Entrar en la sabiduría es entrar en el Misterio de Jesús. Su Eucaristía por ejemplo. Su Palabra celebrada.
Parafraseando el libro sapiencial podríamos decir: "Yo decidí tomar por compañera de mi vida a la Santa Misa, sabiendo que ella sería mi consejera para el bien, y mi aliento en las preocupaciones y tristezas. Gracias a ella alcanzaré la inmortalidad". O respecto de la Palabra de Dios, podríamos decir: "Al volver a mi casa, descansaré junto a ella, porque su compañía no causa amargura, ni dolor su intimidad, sino sólo placer y alegría".
"Vengan a mí todos los afligidos y agobiados...". Vengan a mi Eucaristía, vengan a mi Palabra. Vengan a mi Mesa sagrada. Entren en mi Evangelio. Vengan a mi Sacrificio. Vengan gratis a comer la abundancia de Dios que es mi Cuerpo y Sangre.
Vengan. Vengan con fe.
Yo los aliviaré.
 
                     Padre Gustavo Seivane



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